Es increíble que esos hierros cubiertos de plásticos que tantas vidas se han llevado por delante, en mi caso, me la hayan salvado.
De lo contrario, ¿cómo iba a estar más de tres horas a la intemperie de una tarde noche de invierno sin congelarme de no ser por aquel reducto que me protegía de la lluvia? Esto ocurrió el miércoles pasado, cuando estuve haciendo guardia en plena avenida, debajo de un andamio.
El periodismo de agencias es como el atletismo, y lo digo tras la práctica (siempre entre los minoritarios) de ambas actividades: hay una liga, pero juegas solo muchas veces.
Y acabas por hablar contigo misma o, en mi caso, con el italiano de turno (por suerte, casi siempre hay un italiano dispuesto a charlar, incluso debajo de un andamio).
Hace unos días se publicó una portada (y reportaje) en que he participado (YES, de La Voz de Galicia). No hay nada como estar del otro lado para saber lo que se siente viéndote reflejada por otros. Tarea nada fácil.
Es como esa primera cita en la que intentas sacar todo lo bueno y, al final, acabas pareciendo todo lo que no eres. Las primeras veces no siempre salen bien, pero no hay que buscar culpables en los demás, aunque estés en desacuerdo.

Dos días me ha llevado pensar que, a veces, saltar desde una altura puede ser menos peligroso que salir en una portada de revista de fin de semana. Desde luego, acaba por ser mucho más fácil dirigir desde abajo cómo limpiar las ventanas que atreverse a subir a la escalera y hacerlo.
Opté por el camino difícil, como suele ser costumbre, aunque todavía me falten por recibir bofetadas a cambio.
Pero bueno, creo que sentirte segura debajo de un andamio tampoco significa estar a salvo.
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